DESTINO GALLARTA (VIZCAYA): 26 de agosto de 1906

IV

VIAJE HACIA LO DESCONOCIDO, EN BUSCA DE EL DORADO

Siero. A las seis de la maña de aquel 26 de agosto de 1906, día de cielo azul y limpio, Santiago y Bertoldo se encontraron en la pequeña plaza del pueblo. Más de uno salió a despedir a aquellos dos mozos que se embarcaban en una aventura rumbo a un mundo desconocido para ellos. Era la primera vez que dejaban el suelo patrio aquellos jóvenes. Iniciaban un viaje a la aventura. Decididos, confiados, con fuerza, sin miedo, pero también con mucha precaución. No seáis osados, estad siempre alertas, con el ojo avizor y la mente siempre despierta —les habían repetido una y otra vez sus abuelos.

La ruta elegida para su viaje no fue la que parecía la más lógica, porque no daría lugar a pérdidas: esta era la de Guardo y de aquí seguir a pie (no había presupuesto para viajar en los vagones) la vía del tren hullero que viajaba desde la Robla hasta Valmaseda, lugar próximo ya a su destino final. No quisieron convertirse en carrilanos, como muchos de los trabajadores españoles de las zonas rurales de comienzos del siglo XX que se desplazaban en busca de trabajo siguiendo el camino trazado por los carriles de los trenes. Y dos fueron las razones: para las madreñas era mejor el campo a través que el balastro y la ruta férrea era más larga y, por tanto, les llevaría más días. Buscaron otra alternativa fiándose de los caminos y veredas que transitaban por doquier el territorio español, llenas de viandantes a quien poder preguntar, y del dicho popular de que «Preguntando, se llega a Roma».

La primera etapa tendría como final Cervera de Pisuerga (Palencia). Conocían bien la ruta, porque en más de una ocasión tuvieron que arrear alguna piara de ganado a las ferias de Cervera, y en concreto a la  que se celebraba el domingo de Ramos, que tenía como particularidad que a ella acudían las juntas de las sociedades de ganaderos de los pueblos a comprar toros sementales para sus ganados (aquellos toros negros bien astados), cuando necesitaban renovarlos. De Siero a Valverde y de aquí a Triollo, pasando por Fuentes Carrionas, hasta la villa del Pisuerga, donde llegaron después de diez horas de caminar y algunos descansos. Aquí esperaban que les acogiera Domingo, tratante de ganado bien conocido en Siero. Al pueblo venía todos los años en otoño, montando un caballo hispano-bretón de gran alzada, a realizar compra de ganado, especialmente jatos camperos y potros. Algún lugar les proporcionaría para pasar la noche. Y así fue.

La segunda etapa se inició también a las seis de la mañana. Y así el resto. Su destino Matamorosa, pasando por diversos pueblos, entre los que debía estar Brañosera. Cuando el hospedero iba a despedirlos, a la puerta de la casa que les había servido de posada, les hizo la siguiente pregunta:

―¿Cómo seréis capaces de seguir la ruta adecuada y sin perderos?

Santiago contestó a su anfitrión sin la más mínima duda:

―Sabemos el final, Gallarta-Bilbao y algunos lugares importantes de paso, como Pedrosa de Valdetorres, Espinosa de los Monteros, Villasana de Mena, Balmaseda, etc. Aplicaremos siempre en cada pueblo o cruce la técnica bien conocida por todos: «Preguntando, se llega a Roma». Además, en el pueblo en que durmamos intentaremos conocer cuál es el siguiente de final de etapa dónde se pueda dormir y cómo llegar. Las distancias no son muy largas y siempre hay alguien que se ha trasladado hasta allí, como es tu caso con Matamorosa, que bien conoces, dándonos información donde dormir y dónde comprar provisiones para el camino.

En esta segunda etapa llegaron a Matamorosa. Para la tercera les esperaba Pedrosa de Valdetorres, ya en la provincia de Burgos. Y de aquí hasta Villasana de Mena, como cuarta etapa. En la quinta y última dejarían la provincia de Burgos para entrar en Vizcaya donde les esperaba Balmaseda, Sopuerta, Musquiz y, por fin, Gallarta.

Sin tener en cuenta los chinches o los piojos que algún jergón de color desconocido, tirando a negro, les transmitió, y con los que tuvieron que luchar a base de ZZ, la tercera etapa fue la más complicada de las cinco. Al poco tiempo de iniciar el camino, el cielo comenzó a encapotarse poblándose de nubes de panza de burro, que nada bueno presagiaban. Truenos, relámpagos y una catarata de agua les obligó a resguardarse en el pueblo de Requejo, cuando ya la lluvia había hecho su efecto en los desprotegidos viandantes. La estancia en Requejo retrasó su marcha y esto hizo que llegaran a su destino entrada ya la noche. Calados, no encontraron quien les facilitara albergue para pernoctar. Cansados de preguntar sin obtener respuesta, hallaron a las afueras del pueblo una portalada que les sirvió de posada. El suelo de madera de un carro, con tablas mal avenidas,  fue su colchón.

(CONTINUARÁ)

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DESTINO GALLARTA (VIZCAYA): 26 de agosto de 1906

III

PREPARACIÓN DEL VIAJE

Al inquieto y soñador Santiago, aquella conversación no le cayó en el olvido; sobre todo, lo del jornal de más de tres pesetas. La necesidad económica en que vivía así se lo hacía ver. Podría ser una buena ocasión para aprovechar parte del otoño, todo el invierno (los trabajos de la siembra y recogida de la hierba y la paja ya habían concluido en el pueblo y solo quedaba la recogida de la patata) y algo de la primavera en aquellas lejanas tierras vizcaínas y así poder volver con una hucha de dinero que le permitiera alguna holgura en el futuro. Incluso, poder fantasear con su boda, soñar con una familia, que ya estaba en edad.

La noche se le hizo larga. El martillo pilón de las más de tres pesetas le estuvo machacando el cerebro sin cesar.

Cuando llegó el día ya estaba levantado. Tomó su parva y se dispuso a esperar el toque de la campana pequeña por el veedor que anunciaba la suelta de los bueyes a la vecera. En el camino hacia la salida, por la calle de la iglesia en dirección a las Externas,  iba arreando los dos bueyes, que parecían no haber despertado del todo e iban remoloneando con sus cencerros al cuello. Le alcanzó Bertoldo, de su misma quinta y amigo de correrías, que iba realizando la misma faena. Al instante, le contó la conversación con el viajero inglés, la mala noche pasada y su pensamiento de que podrían viajar a la aventura hasta Gallarta en busca de la suerte económica que se les negaba en Siero. Nada tenían que perder y sí mucho que ganar. Trabajarían allí hasta la llegada de la primavera, cuando las tareas agrícolas y el cuidado del ganado les ordenasen la vuelta a su patria chica. Así evitarían el frío invierno de Siero, conocerían nuevas tierras y gentes y podrían hacer acopio de algún dinero para resistir la penuria económica de aquellas queridas tierras patrias, pero míseras.

―Lo consultaré en casa. Sabes que hay que pedir permiso a los padres. ¿Qué día habría que marchar? ¿Qué habría que llevar?

―El veintiséis sería buen día; así podríamos comenzar a trabajar el día uno de septiembre. Para el camino, tú mismo puedes pensar en qué se necesitaría. Lo imprescindible para una semana.

La respuesta no tardó en llegar. Era positiva. Bertoldo y Santiago partirían en busca de la aventura laboral el día señalado. Solo queda preparar el calzado y la ropa; y algún acopio de comida y dinero para el camino, sin olvidar su cédula de identidad.

El día de la partida, Santiago vestía sus más de 1,80 metros de alto con pantalón y chaqueta de sayal, debajo de la cual se dejaba ver camisa blanca de rayas azules sobre la cual asomaba sus solapas  chaleco también de sayal. La cabeza la cubría con sombrero de ala ancha, negro. Era ropa de domingo. Los pies calzaban calcetines de lana embutidos en escarpines. Las madreñas con tarugos de madera, nuevos y bien altos, era su calzado. En un hatijo no muy grande iba la ropa interior de muda y la destinada al futuro trabajo. No faltaba la boina negra, sustituta del sombrero. Y mucho menos, la navaja albaceteña en el bolso derecho del pantalón; herramienta y compañera imprescindible para comer y para otros menesteres. Colgado de una robusta porracha, cayado y defensa, el hatijo se sustentaba en el hombro. Las provisiones de comida para los primeros días (chorizo, tocino, jamón, queso y pan) llenaban una abultada zurrona, cuya correa se cruzaba por el hombro y descargaba el peso en la espalda. El agua se la proporcionarían las fuentes que hallarían a su paso por los diversos lugares. Una pequeña faltriquera de tela, que colgaba del cuello, se ocultaba bajo la camisa con siete pesetas pedidas en préstamo.

(CONTINUARÁ)

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DESTINO GALLARTA (VIZCAYA): 26 de agosto de 1906

II

CENA EN FAMILIA

Al oscurecer, casi entre dos luces, Laurie se presentó en la casa del tío Gregorio. Allí habría de pernoctar y también compartir la cena con la familia ocasional: un buen plato de patatas viudas, cocinadas al amor del fuego lento en el pote arrimado a la lumbre que ardía en medio de la cocina, acompañadas de un torrezno. Como postre para tan especial ocasión, un trozo de queso de cabra, de aquellos que se curaban en la tabla colgada de dos vigapiés del techo de madera del cuartón y que impregnaban el recinto de un agradable olor a penicillium.

En la conversación posterior a la cena, ante las preguntas del intrépido Santiago, contó cuál era su propósito por España: recorrer parte de ella, en especial su parte norte, porque dos serán sus objetivos primordiales. Quería llegar hasta Santiago de Compostela en peregrinación, a visitar la tumba del apóstol, pasando por la que fuera sede de la Legio VI Victrix, llamada ahora León. Aquí se detendría a contemplar su hermosa catedral gótica, pero sobre todo a venerar el santo grial, depositado en la basílica de san Isidoro. Este era el gran objetivo que le traía desde sus lejanas tierras. En León se hablaba del cáliz de doña Urraca, la reina leonesa que había donado sus joyas para enriquecerlo, pero él bien sabía, después de años y complejas averiguaciones, que no era un simple cáliz, sino la copa que Cristo había utilizado en la última cena.

Había desembarcado, después de una larga travesía de más de dos días  en el puerto de Santurce, desde su punto de origen: la ciudad y puerto de Southampton, en el sur de Inglaterra. De Santurce a Bilbao por toda la ría. Allí se instaló por unos días. Después de recorrer la ciudad y sus aledaños, abandonó la ciudad vasca y se dirigió hacia el valle Mena para pasar el puerto del Cabrio y dirigirse hacía Reinosa. Quería conocer las fuentes donde nacía el río Ebro. De Reinosa continuó el camino en dirección a la provincia leonesa para transitar por la GR1 hasta Valverde de la Sierra, donde la abandonó para dirigirse hacia Siero. De aquí tomaría el camino que le habría de llevar hasta el río Grande en Boca de Huérgano; de aquí hasta Riaño. Siguiendo la ruta del río Esla, el río de los ástures, pretendía llegar hasta Mansilla de las Mulas. Aquí abandonaría el río y se dirigiría hasta León, primera meta de su peregrinación religiosa.

En la conversación sobre la ciudad de  Bilbao, a la que calificó de importante urbe de 90.000 habitantes, les habló de las numerosas minas de hierro que había en sus alrededores, de sus ferrerías y de la necesidad de mano de obra que los empresarios buscaban para extraer el preciado mineral. Concretamente, en Gallarta había tenido ocasión de conversar con un ingeniero inglés, que dirigía allí la gran mina de hierro Concha, y así se le hizo saber, al igual que el salario que pagaban a los mineros peones pasaba de tres pesetas diarias; eso sí, por día trabajado y en jornada de trabajo de diez horas. Salario que le parecía nada desdeñable, en comparación con la escasa rentabilidad de la agricultura y ganadería, que había tenido ocasión de apreciar a su paso por las provincias de Vizcaya, Burgos, Palencia, y la de León, a la que acababa de llegar. La empresa minera ofrecía alojamiento en barracones de su propiedad. La manutención y el vestir corrían a cargo del trabajador.

Al alba del día de san Roque, cuando ya el sol se asomaba por la collada de Valderreros después de haber escalado Espigüete para proyectarse hacia el oeste, Laurie se despidió afectuosamente de toda la familia y con su atillo al hombro y su cámara fotográfica colgada al pecho, después de haber consultado el itinerario en su mapa-guía, se dirigió hacia la Villa. Pasaría por Riaño y seguiría el curso del rio Esla. Su intención era acercarse lo máximo posible a Cistierna en aquella nueva jornada por tierras leonesas.

(CONTINUARÁ)

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DESTINO GALLARTA (VIZCAYA): 26 de agosto de 1906

I

UN DESCONOCIDO LLEGA AL PUEBLO

Aquel pequeño enclave de la montaña oriental leonesa, de nombre Siero, era a comienzos del siglo XX una población en la que todas sus casas (de reducidas dimensiones), que sumaban 57 (32 de un piso y 25 de dos), se hallaban habitadas, contando con una población de derecho de 405 habitantes. Estos datos por sí solos informan de que la convivencia abigarrada bajo un mismo techo era la norma, norma que se traducía en que abuelos, hijos casados y nietos compartían el mismo hogar. Familias que promediaban nueve miembros.

En Siero, resultaban demasiados habitantes para sus escasas tierras de cultivo y su menguada cabaña ganadera. Escasez y baja productividad competían entre ellas. Por ello, se puede afirmar sin miedo a equivocarse que la economía de sus habitantes era simple y llanamente de subsistencia. Y sin posibilidades de que su numerosa juventud, tanto masculina como femenina, pudiera emplear su potencial de mano de obra en su territorio o territorios cercanos, que se hallaban en parecidas circunstancias. La migración era la única salida para quien estuviera dispuesto a dejar el pueblo, aunque no fuera de forma permanente, y buscar nuevos horizontes económicos, sociales, nuevas mejoras de vida. Al menos, intentarlo.

No fue la aventura, si no la escasez, lo que empujó a realizar aquel viaje rumbo a lo desconocido a dos mozos de Siero, Santiago y su acompañante Bertoldo, en 1906 con destino a las minas de hierro de Gallarta, en las cercanías de Bilbao (Vizcaya), necesitadas de mano de obra ante el aumento de la demanda de mineral de hierro de las ferrerías vizcaínas y, sobre todo, extranjeras. La época dorada de la minería del hierro en Vizcaya servía de reclamo.

El día 15 de agosto, festividad grande de Nuestra Señora, se conjugaron los astros y los dioses para aquellos dos mozos. Se hallaba en el exterior y en el interior de la cantina del pueblo, regentada por el apodado Pata Palo, la mocedad masculina, después de asistir como era de obligado cumplimiento a la misa de la una. Así lo había anunciado el volteo de las dos campanas. Tocaron por alto. Los pocos que llevaban algunas monedas de céntimo en sus bolsillos y los que tenían cuenta abierta en la cantina entraron. El más veterano, ejerciendo de portavoz, pidió una botella de litro de orujo, licor reservado para las fechas señaladas; se servía en aquellas copas diminutas, que parecían dedales. Lo tenían bien estudiado: comprado por botellas, cinco copas más salían a cuenta que si lo hacían de forma individual.

―Con los que somos, hoy tocamos a cinco céntimos para la primera botella.

Algunos revolvieron en los bolsillos de sus pantalones de domingo y depositaron sus cinco céntimos encima del mostrador, en el montón pagador. Otros nada encontraron. Ni en los bolsillos del pantalón ni en los de la chaqueta dominguera de pana. En total faltaba la aportación de cinco mozos. Casi al unísono se oyó:

―Cantinero, apúntame cinco céntimos; y a mí… y a mí… y a mí… y a mí.

La botella de orujo de Potes apareció encima de aquel largo tablón de roble, cortado en los Navares,  que hacía de mostrador. Acompañándola, diez copas, de no más de tres sorbos, y no muy largos. El mayor de la cuadrilla se convertirá en el escanciador, sin que tal preciado licor mojara el roble. ¡Maldita la gota que osara desperdiciarse!

Por la puerta entra de incógnito un desconocido, con su hatillo al hombro, de aspecto extranjero. Su forma de hablar el español lo confirmaría. Con visera de plato y luenga barba. De su cuello colgaba un raro artefacto, que resultó ser una máquina de fotografía. Se apoya en el mostrador, dejando encima su pertenencia. Todas las miradas se centran en él, como si tuviera poderes hipnóticos. También se apunta al orujo, aunque de forma individual.

Las preguntas no se hicieron esperar por una y otra parte.

―¿Qué le trae por estas tierras?

 ―Soy peregrino, estoy de paso, camino de León y quería saber dónde podría pernoctar.

Rápidamente un guirigay de voces le informa que no había pensión en el pueblo y la única forma de solucionar su problema era que algún vecino tuviera una cama vacía y estuviera dispuesto a acogerlo, fuera en régimen individual o como cama caliente. Aunque no parecía tarea fácil. El recién llegado se ofreció a pagar un precio convenido por su alojamiento. El mozo veinteañero Santiago le ofreció la casa de su padre, en la que había una cama vacía, aunque, eso sí, en habitación compartida por él mismo y el resto de los hermanos. En el dormitorio de los hijos. Laurie, que así se llamaba el viajero, aceptó. El precio de su pernoctación lo tendría que negociar con la patrona de la casa, la tía Florentina, mujer del tío Gregorio, padres de Santiago.

El extranjero se pasó la tarde recorriendo el pueblo y sacando fotografías de calles, casas y habitantes. También se le vio alejarse durante algún tiempo y dirigirse hacia el cementerio para remontar el valle Santiago hasta la ermita de san Miguel. De allí subió a recorrer las ruinas del castillo, que fue mansión de don Tello y de sus descendientes desde el Medievo.

(CONTINUARÁ)

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MICRORRELATOS DE PUEBLO (70): COSAS DE LA NIEVE

Hoy, día 20 de marzo de 2024, a los pies de la fuente Naranco, en Valdosín, la nieve ya casi no da teste de sí. Y es que, como decía Sabina «La nieve tiene muy malos cimientos».

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LA NIÑA DE LA U

PARA CANDELA

Soy la niña de la U.

—-

Si musito UUU.

Si susurro UUU.

Si grito UUU.

Si lloro UUU.

Soy la niña de la UUUU.

—-

Si mi garganta musita GUUUU.

Si mi garganta susurra GUUUU.

Si mi garganta grita GUUUU.

Si mi voz llora GUUUU.

Soy la niña de GUUUU.

—-

Si musito GURU.

Si susurro GURU.

Si grito GURU.

Si lloro GURU.

Soy la niña de GURUUUU.

—-

Si musito GURUGÚ.

Si susurro GURUGÚ.

SI grito GURUGÚ.

Si lloro GURUGÚ.

Si ya repito GURUGÚ.

Soy la niña de GURUGÚÚÚÚ.

—-

Si no sabes GURUGÚ,

CORAZÓN es GURUGÚ.

—-

(LUIS DE VALDETÉ)

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LA CUEVA DE LOS BURROS DE LA UÑA (LEÓN): DESHACIENDO MITOS Y LEYENDAS

En La Uña existen varias cuevas en las rocas calizas que se dejan ver por sus montes.  La mayoría de ellas son pequeñas y sirven de refugio a la fauna salvaje. Hay dos, no obstante, la de la Llave y la de los Burros, que son mayores que las demás y que por eso tienen nombre propio. Ambas situadas en el promontorio que se halla en el ángulo que forman el río Esla y el de Balagar, en su confluencia. En el paraje llamado Entrelassierras. La de la Llave mira hacia el oeste. La de los Burros hacia el sur. Las dos próximas entre sí y próximas a la población.

De las dos, la más grande es la cueva de los Burros. Esta ha sido objeto de estudios arqueológicos llevados a cabo por la Universidad de León. Sus resultados se han publicados en revistas y libros y desmienten asertos escritos u orales como el de que en el lado sur de la cordillera cantábrica no hubo vida humana hasta tiempos posteriores al año 4000 a. C. o el de que allí se hallaron restos óseos humanos.

Para los investigadores el nombre del yacimiento es  «Cueva de La Uña», y así se halla en dichas publicaciones, que nos servirán de guía e información.

Para entender mejor los resultados de las investigaciones, sobre todo para los no expertos en arqueología, se podrán tener en cuenta algunas consideraciones generales.

El pueblo de La Uña (1200 metros de altura), y su entorno, se hallan situados en el extremo nororiental de la provincia de León, en las estribaciones de los Picos de Europa, vertiente sur de la cordillera cantábrica. Muy próximo a la peña Ten, macizo calcáreo de 2142 metros de altura. Una parte de la peña vierte sus aguas hacia Asturias y la otra hacia Léon.

El clima de La Uña se ha caracterizado por tener un final de otoño, todo el invierno y el comienzo de la primavera con fuertes nevadas y heladas extremas, lo que hacía que la nieve y el hielo cubriera durante el período anunciado todo el territorio. Se podría decir que solo una parte de la primavera, el verano y otra parte del otoño eran aptos para las labores agrícolas-ganaderas.

Base de arpón aziliense encontrado en el nivel 4 de la excavación de la cueva de los Burros (tomado del primero de los estudios citados al final)

Las conexiones de La Uña con Asturias, buscando la costa, se efectúan a través de tres puertos de montaña. El de Tarna comunica con el valle del río Nalón, que desemboca en el mar Cantábrico en Pravia. El de Ventaniella lleva hacia el río Sella, lo mismo que el de la Fonfría; el río Sella desemboca en el mar Cantábrico en Ribadesella. En los dos primeros está constatada la existencia de calzada romana (abierta sobre caminos muy anteriores) que se unían en lo que hoy se conoce como la Turriente. Siguiendo el curso del río Esla llegaba a Torteros donde confluía con la también calzada romana que bajaba del puerto de Pontón, y se dirigía hacia la meseta.

El yacimiento de la cueva de los Burros de La Uña fue descubierto en 1991. Se trata de una pequeña cueva de alrededor de 18 m2. Forma un único espacio que se va estrechando desde la boca hacia su interior. Las excavaciones se iniciaron en 1992 y continuaron  en 1999, 2003 y 2004. Fueron llevadas a cabo por investigadores de la Universidad de León. Los resultados han ido apareciendo en diversas publicaciones en español y en inglés. La más reciente es de 2023. En todas ellas aparece como una de las investigadoras más importantes Ana Neira Campos. Estos estudios serán los que aporten los siguientes datos.

En el yacimiento arqueológico los investigadores han hallado cuatro niveles, siendo los más interesantes el 3 y el 4. En todos ellos se han hallado gran cantidad de elementos de la cultura material de sus moradores, de los cuales la mayoría son elementos líticos (de piedra) y óseos de la fauna consumida.

La industria lítica está muy presente. Se han encontrado raspadores, hojitas retocadas, puntas azilienses, buriles, truncaduras, perforadores, etc. Los materiales utilizados son la cuarcita, el cuarzo y el sílex (chert negro y radiolarita). Las piezas de este material son las más abundantes. La mayoría de los materiales  utilizados proceden de las proximidades del yacimiento, mientras que solo unos pocos serían foráneos.

Los restos óseos proceden de animales como el ciervo, el jabalí, el rebeco, la cabra salvaje y el corzo. También de mustélidos, zorro, lobo, oso y trucha.  De hueso se han encontrado fragmentos de arpones  planos.

Materiales cerámicos muy fragmentados  y de pésima cocción forman parte de los hallazgos.

Un hallazgo significativo ha sido el de un hogar en el nivel 3 y otro en el nivel 4. El del nivel 3 mide c. 50 cm de diámetro, situado  en una cubeta rodeada de piedras calizas y ubicado en el centro de la cueva.

Pieza ósea decorada del nivel 3 (tomado del primero de los estudios citados)

Desde el punto de vista artístico, aunque en pequeña cantidad, hay que destacar la presencia de cuatro fragmentos de hueso con formas geométricas de tamaño pequeño, entre 9 y 15 mm. Son geométricos lineales muy simples, convirtiéndose en la primera manifestación del arte mueble de la provincia de León. En las paredes de la cueva se hallan grabadas dos líneas paralelas que podrían suponer, según los investigadores, la primera presencia del arte rupestre mesolítico de la provincia.

Los moradores de la cueva de los Burros, en reducido grupo dada las dimensiones de la cueva, se dedicaban a la caza y a la pesca (trucha). Sin olvidar la talla de la piedra. Habrían habitado la cueva estacionalmente en los meses de primavera y verano. A lo largo del otoño y para prevenir los rigores del invierno encaminarían sus pasos por los puertos de montaña a las zonas cálidas de Asturias. Eran, pues, nómadas. Se trataría de ocupaciones cortas y repetidas.

Cronológicamente, tanto los restos líticos como los óseos se corresponden con el Mesolítico (10000-6000 a. C), periodo intermedio entre el Paleolítico y el Neolítico, los tres períodos que comprenden la Edad de Piedra. Tres muestras de carbones encontrados en dos hogares distintos (nivel 4 y nivel 3) han  sido datadas por el C14 en fechas diferentes: el del nivel 4 en 7010 a. C. (más-menos 50); las dos correspondientes al nivel 3 en  6280 a. C (más-menos 80) y en 6150 (más-menos 40).

Para los interesados en profundizar en el tema, algunos de los trabajos en los que aparece la cueva de La Uña:

  • Ana Neira Campos et al., «Paleolítico superior y Epipaleolítico en la provincia de León».
  • Ana Neira Campos et al., «El nivel III de la cueva de La Uña (La Uña, Acebedo, León): Industria lítica y Elementos Artísticos de un yacimiento mesolítico en la vertiente sur de la cordillera Cantábrica».
  • Ana Neira Campos et al., «The Mesolithic with geometrics south of the ‘Picos de Europa’ (Northern Iberian Peninsula): The main characteristics of the lithic industry and raw material procurement».
  • Ana Neira Campos et al., «The «Mesolithic with geometrics» south of the Cantabrian Mountains (N Spain): the state of the art».
  • Ana Neira Campos et al., «Mesolithic raw material management south of the Picos de Europa (northern Spain)».
  • Ana Neira Campos et al., «Lithic Production in the Final Mesolithic in the Cantabrian Mountains: Levels III and IV at La Uña Cave (León, N Spain)».
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MICRORRELATOS DE PUEBLO (69): LA PESADA RUEDA DE ANTRUIDO EN SIERO (LEÓN)

ANTRUIDO es el nombre con el que se conoce el martes de carnaval en Siero (León) y en otras poblaciones. Como deriva del latín introĭtŭ(m) `entrada´, los resultados en las diferentes poblaciones leonesas son diferentes: antrojo | entruejo | entroido | antroido | antruechu | antroxo | antruido | antruido | antriduo | introido | introiro | entroiro | antroiro | ontroiro.

Para los niños de escuela de aquellos lejanos años de la década de los cincuenta y sesenta del siglo pasado, la diversión fundamental de tal día era echar a rodar la rueda desde la peña los Haces. Unos días antes, después de salir de la escuela, se sacaba la rueda de la portalada de Ceferino, que allí invernaba.

Era una rueda de carro, totalmente de madera, que había entrado en desuso sustituida por las de hierro. Su peso era considerable. Una vez en la calle, aunando las escasas fuerzas del grupo se la pinaba, se introducía por el buje un palo redondo, que servía por un lado y otro de lugar donde se agarraban con fuerza las pequeñas manos para hacerla rodar. Hasta llegar a la carretera y pasar el puente la tarea no resultaba demasiado costosa. Los problemas aparecían cuando había que comenzar a subir por la estrecha vereda del escavao de la huerta de Eleuterio y pasarlo, para entrar en contacto con el césped. Superada esa primera dificultad, parando cada poco trecho, se iba avanzando lentamente, penosamente, por la ladera arriba, sorteando piedras y escobas, zigzagueando siempre. En más de una ocasión el susto se encargaba de acostarla porque se iba hacia atrás. Por fin, ya se veía cercana la peña los Haces. Con pocas fuerzas, se terminaba la faena y se depositaba la rueda en lo alto de la meta y punto de salida. Allí dormiría la que se había hecho tan pesada rueda, hasta el día señalado, y había causado más de una panguada.

El día de antruido, después de salir de la escuela a las cinco, y tras la reparadora merienda, todos los niños de la escuela, pequeños y grandes, a eso de las seis de la tarde, iniciaban la subida a la deseada peña los Haces. Allí les esperaba la protagonista de aquel suceso que duraría escasos minutos y que haría felices a todos.

En varios lugares del pueblo se acomodaban sus habitantes para presenciar la suelta de la rueda y si esta seguía su itinerario. No debía desviarse de su trayectoria, dejando a un lado la Canaleja, pero bajando hacia el Fuentón sin que se estrellara contra las paredes de las casas, para terminar en el río.

Entre los mayores de los niños, siempre había alguno que se erigía en capitán de la aventura. Él era quien ordenaba ponerla de pie, bien agarrada para que no se escapara,  y decidía la orientación que había que darle. Colocada en el sitio y con la dirección adecuada, se empujaba lentamente la rueda hasta que esta comenzaba a rodar ladera abajo cada vez con más velocidad. Era admirable cómo saltaba obstáculos, cómo daba aquellos grandes saltos que nos parecían mucho más grandes que los de los caballos, y verla llegar al Fuentón, pasar el camino con salto de corzo y pararse con estrépito en las frías aguas del río de Gargallo.

La chavalería de vuelta, baja corriendo por la Llama y sabe que tiene que sacarla del río y volverla hasta su portalada para esperar el próximo carnaval.

La recompensa era bien recibida: una abundante chocolatada, de las tabletas de la viuda de Casimiro Díaz, acompañada con los sabrosos bizcochos de casa Camilo, preparada en la antesala de la escuela.  

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MICRORRELATOS DE PUEBLO (68): ALFOMBRAS ELEGANTES

El frío se había apoderado del salón. El mármol, que lucía tanto en verano y que se mostraba agradable y refrescante, se había convertido en enemigo de sus moradores en aquel gélido invierno. Ni la tan proclamada poderosa calefacción podía con la friura. Quienes más se quejaban en aquellas largas noches eran los pies y no porque no calzaran unas buenas zapatillas de bamba. Tenían el aval contra el frío de la Casa de los Labradores. Pero pisar aquel marmóreo suelo era para los pies acto de valor reconocido.

La mañana se despertó con una capa blanca de escarcha vistiendo y adornando tejados y contornos. Al contacto de los pies con el mármol, estos volvieron a protestar un día más. Incluso, yo diría que elevaron aún más su voz. Se dejaron oír airadamente. ¡Habrá que poner remedio urgentemente! –se oyó repetidamente por los suelos de toda la casa.

El sol de aquel mes de diciembre salió raudo por encima de La Cureza en ayuda. Parecía que le habían hecho un encargo importante aquel día. Se peleó con la escarcha, a rayo partido, la fue convirtiendo primero en gotas de rocío que se fueron calentando y diluyendo hasta convertirse en cortina de vapor, y terminar haciendo invisible el vestido blanco que había traído el relente de la noche.

– Es hora de poner solución al frío mármol. Los pies no han parado de quejarse hasta que el saco de grano los ha callado con su agradable calor.

– La solución estará en una buena alfombra de lana, de las que se hacen impermeables al paso del frío suelo.

El viaje no se hizo pesado. No hacía más de una hora, cuando ya alfombras Marcos abría sus puertas a la dueña de la casa montañesa.

– Buenos días.

– Tiempo hace que no se deja ver por estos lares.

– El frío me ha empujado, sin remedio, a visitarlo.

– ¿Usted dirá?

– Una alfombra de lana, grande y con muchas ganas de luchar contra el frío de mármol tiene la culpa.

La elección no se hizo demorar. Las dimensiones, los colores y la textura de la número diez resultaron convincentes, adecuados. Entonces surgió la duda.

– ¿Los flecos no serán un inconveniente y un lugar hostil para la limpieza y para los pies?

– ¡Mi querida clienta! Una alfombra sin flecos es como una elegante mujer sin zapatos. Usted decida. Bien merece un peinado diario.

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SAN ANTONIO, ABAD

Hoy, 17 de enero, la Iglesia católica celebra la festividad de san Antonio, Abad. Según san Atanasio, autor de su biografía, había nacido en Coma (Egipto) en el año 251. Después de una larga vida, vivió 105 años, moría en su retiro de eremita en las montañas próximas al mar muerto un 17 de enero del año 356.

Santiago de la Vorágine, en su Leyenda áurea (c. 1264), le dedica el capítulo XXI. Comienza exponiendo la etimología de Antonio, que deriva del nombre latino Antonius, aplicándola al santo. Esta es su explicación:

De ana (arriba) y de tenens (teniente, tenedor o el que tiene algo), deriva la palabra Antonio que significa tener o poseer cosas de alto valor; nombre acertado para este santo, que despreció los bienes de este mundo y disfrutó de los celestiales.

En el siglo XVI se difundió la teoría de que Antonio tenía su origen en el griego. Hay otros que la consideran etrusca.

El sobrenombre de «Abad» proviene de que se le considera como el creador del movimiento eremítico, porque abandonó su casa a los dieciocho años y se retiró al desierto donde vivió en soledad hasta su muerte. Muchos fueron los que le siguieron y terminaron constituyéndose en comunidad siguiendo su forma de vida y sus principios religiosos: fue considerado como su abad ´padre` o superior.

SAN ANTONIO, ABAD, DE FRANCISCO DE ZURBARÁN (1664)
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