DESTINO GALLARTA (VIZCAYA): 26 de agosto de 1906

IV

VIAJE HACIA LO DESCONOCIDO, EN BUSCA DE EL DORADO

Siero. A las seis de la maña de aquel 26 de agosto de 1906, día de cielo azul y limpio, Santiago y Bertoldo se encontraron en la pequeña plaza del pueblo. Más de uno salió a despedir a aquellos dos mozos que se embarcaban en una aventura rumbo a un mundo desconocido para ellos. Era la primera vez que dejaban el suelo patrio aquellos jóvenes. Iniciaban un viaje a la aventura. Decididos, confiados, con fuerza, sin miedo, pero también con mucha precaución. No seáis osados, estad siempre alertas, con el ojo avizor y la mente siempre despierta —les habían repetido una y otra vez sus abuelos.

La ruta elegida para su viaje no fue la que parecía la más lógica, porque no daría lugar a pérdidas: esta era la de Guardo y de aquí seguir a pie (no había presupuesto para viajar en los vagones) la vía del tren hullero que viajaba desde la Robla hasta Valmaseda, lugar próximo ya a su destino final. No quisieron convertirse en carrilanos, como muchos de los trabajadores españoles de las zonas rurales de comienzos del siglo XX que se desplazaban en busca de trabajo siguiendo el camino trazado por los carriles de los trenes. Y dos fueron las razones: para las madreñas era mejor el campo a través que el balastro y la ruta férrea era más larga y, por tanto, les llevaría más días. Buscaron otra alternativa fiándose de los caminos y veredas que transitaban por doquier el territorio español, llenas de viandantes a quien poder preguntar, y del dicho popular de que «Preguntando, se llega a Roma».

La primera etapa tendría como final Cervera de Pisuerga (Palencia). Conocían bien la ruta, porque en más de una ocasión tuvieron que arrear alguna piara de ganado a las ferias de Cervera, y en concreto a la  que se celebraba el domingo de Ramos, que tenía como particularidad que a ella acudían las juntas de las sociedades de ganaderos de los pueblos a comprar toros sementales para sus ganados (aquellos toros negros bien astados), cuando necesitaban renovarlos. De Siero a Valverde y de aquí a Triollo, pasando por Fuentes Carrionas, hasta la villa del Pisuerga, donde llegaron después de diez horas de caminar y algunos descansos. Aquí esperaban que les acogiera Domingo, tratante de ganado bien conocido en Siero. Al pueblo venía todos los años en otoño, montando un caballo hispano-bretón de gran alzada, a realizar compra de ganado, especialmente jatos camperos y potros. Algún lugar les proporcionaría para pasar la noche. Y así fue.

La segunda etapa se inició también a las seis de la mañana. Y así el resto. Su destino Matamorosa, pasando por diversos pueblos, entre los que debía estar Brañosera. Cuando el hospedero iba a despedirlos, a la puerta de la casa que les había servido de posada, les hizo la siguiente pregunta:

―¿Cómo seréis capaces de seguir la ruta adecuada y sin perderos?

Santiago contestó a su anfitrión sin la más mínima duda:

―Sabemos el final, Gallarta-Bilbao y algunos lugares importantes de paso, como Pedrosa de Valdetorres, Espinosa de los Monteros, Villasana de Mena, Balmaseda, etc. Aplicaremos siempre en cada pueblo o cruce la técnica bien conocida por todos: «Preguntando, se llega a Roma». Además, en el pueblo en que durmamos intentaremos conocer cuál es el siguiente de final de etapa dónde se pueda dormir y cómo llegar. Las distancias no son muy largas y siempre hay alguien que se ha trasladado hasta allí, como es tu caso con Matamorosa, que bien conoces, dándonos información donde dormir y dónde comprar provisiones para el camino.

En esta segunda etapa llegaron a Matamorosa. Para la tercera les esperaba Pedrosa de Valdetorres, ya en la provincia de Burgos. Y de aquí hasta Villasana de Mena, como cuarta etapa. En la quinta y última dejarían la provincia de Burgos para entrar en Vizcaya donde les esperaba Balmaseda, Sopuerta, Musquiz y, por fin, Gallarta.

Sin tener en cuenta los chinches o los piojos que algún jergón de color desconocido, tirando a negro, les transmitió, y con los que tuvieron que luchar a base de ZZ, la tercera etapa fue la más complicada de las cinco. Al poco tiempo de iniciar el camino, el cielo comenzó a encapotarse poblándose de nubes de panza de burro, que nada bueno presagiaban. Truenos, relámpagos y una catarata de agua les obligó a resguardarse en el pueblo de Requejo, cuando ya la lluvia había hecho su efecto en los desprotegidos viandantes. La estancia en Requejo retrasó su marcha y esto hizo que llegaran a su destino entrada ya la noche. Calados, no encontraron quien les facilitara albergue para pernoctar. Cansados de preguntar sin obtener respuesta, hallaron a las afueras del pueblo una portalada que les sirvió de posada. El suelo de madera de un carro, con tablas mal avenidas,  fue su colchón.

(CONTINUARÁ)

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