DESTINO GALLARTA (VIZCAYA): 26 de agosto de 1906

III

PREPARACIÓN DEL VIAJE

Al inquieto y soñador Santiago, aquella conversación no le cayó en el olvido; sobre todo, lo del jornal de más de tres pesetas. La necesidad económica en que vivía así se lo hacía ver. Podría ser una buena ocasión para aprovechar parte del otoño, todo el invierno (los trabajos de la siembra y recogida de la hierba y la paja ya habían concluido en el pueblo y solo quedaba la recogida de la patata) y algo de la primavera en aquellas lejanas tierras vizcaínas y así poder volver con una hucha de dinero que le permitiera alguna holgura en el futuro. Incluso, poder fantasear con su boda, soñar con una familia, que ya estaba en edad.

La noche se le hizo larga. El martillo pilón de las más de tres pesetas le estuvo machacando el cerebro sin cesar.

Cuando llegó el día ya estaba levantado. Tomó su parva y se dispuso a esperar el toque de la campana pequeña por el veedor que anunciaba la suelta de los bueyes a la vecera. En el camino hacia la salida, por la calle de la iglesia en dirección a las Externas,  iba arreando los dos bueyes, que parecían no haber despertado del todo e iban remoloneando con sus cencerros al cuello. Le alcanzó Bertoldo, de su misma quinta y amigo de correrías, que iba realizando la misma faena. Al instante, le contó la conversación con el viajero inglés, la mala noche pasada y su pensamiento de que podrían viajar a la aventura hasta Gallarta en busca de la suerte económica que se les negaba en Siero. Nada tenían que perder y sí mucho que ganar. Trabajarían allí hasta la llegada de la primavera, cuando las tareas agrícolas y el cuidado del ganado les ordenasen la vuelta a su patria chica. Así evitarían el frío invierno de Siero, conocerían nuevas tierras y gentes y podrían hacer acopio de algún dinero para resistir la penuria económica de aquellas queridas tierras patrias, pero míseras.

―Lo consultaré en casa. Sabes que hay que pedir permiso a los padres. ¿Qué día habría que marchar? ¿Qué habría que llevar?

―El veintiséis sería buen día; así podríamos comenzar a trabajar el día uno de septiembre. Para el camino, tú mismo puedes pensar en qué se necesitaría. Lo imprescindible para una semana.

La respuesta no tardó en llegar. Era positiva. Bertoldo y Santiago partirían en busca de la aventura laboral el día señalado. Solo queda preparar el calzado y la ropa; y algún acopio de comida y dinero para el camino, sin olvidar su cédula de identidad.

El día de la partida, Santiago vestía sus más de 1,80 metros de alto con pantalón y chaqueta de sayal, debajo de la cual se dejaba ver camisa blanca de rayas azules sobre la cual asomaba sus solapas  chaleco también de sayal. La cabeza la cubría con sombrero de ala ancha, negro. Era ropa de domingo. Los pies calzaban calcetines de lana embutidos en escarpines. Las madreñas con tarugos de madera, nuevos y bien altos, era su calzado. En un hatijo no muy grande iba la ropa interior de muda y la destinada al futuro trabajo. No faltaba la boina negra, sustituta del sombrero. Y mucho menos, la navaja albaceteña en el bolso derecho del pantalón; herramienta y compañera imprescindible para comer y para otros menesteres. Colgado de una robusta porracha, cayado y defensa, el hatijo se sustentaba en el hombro. Las provisiones de comida para los primeros días (chorizo, tocino, jamón, queso y pan) llenaban una abultada zurrona, cuya correa se cruzaba por el hombro y descargaba el peso en la espalda. El agua se la proporcionarían las fuentes que hallarían a su paso por los diversos lugares. Una pequeña faltriquera de tela, que colgaba del cuello, se ocultaba bajo la camisa con siete pesetas pedidas en préstamo.

(CONTINUARÁ)

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