LECCIONES SIERENSES DE ANDAR POR CASA: 2. LAS LENTEJAS, CON CUENTO

¡Cómo ha cambiado el paisaje de Siero (León)! Poco, muy poco queda del de antaño.

Cuando llegabas alto de Picones en el coche de Quico y enfilabas el puerto veías al fondo el valle con sus praderas: la hierba era el bien preciado para alimentar en invierno a los animales que se estabulaban desde noviembre hasta mayo.

Las laderas, que subían hasta los cerros, en su parte baja formaban hileras de tierras de labrantío formando bancadas. Todas ellas sembradas o a la espera de recibir la simiente que le tocaba.

Así llegabas por el estrecho valle al pueblo.

Lo mismo sucedía entraras en el valle que entraras. La gran mayoría de la izquierda de El Rollo (La Hormiga, la Fuente la Espina, Los Corcales, El Pinidiello, etc.) bancales de tierras eran.  Qué decir de Valdeté, Valdefraes, Valdehabla, La Fuente La Vega, etc.

Todas aquellas tierras se roturaban con el arado romano (tarde llegó el de vertedera) tirado por la pareja de vacas: se arrompía, se abinaba y se sembraba. Nada quedaba baldío. La economía de subsistencia y la abundante población lo exigía. Centeno, centenico, trigo, cebada, avena, patatas, garbanzos, muelas, chochos, arvejos, lentejas, hasta habonas. Y cada simiente en su pago, que no se admitían las mezclas.

Aquellas lentejas que se sembraban en escasa proporción florecían en tierras de secano. Plantas bajas, quebradizas y de escasa consistencia. Vainas pequeñas, con fruto pequeño. Lenteja pardina, fina, sin piel, sabrosa.

Allí aprendimos a comerlas; más tarde a sembrarlas y trillarlas con el trillo de madera y la pareja de vacas, sin dejar el caldero de la mano. Y luego a limpiarlas bieldo en mano y fiando al viento del atardecer. No sé si fueron descendientes de las que el Esaú bíblico recibió por su primogenitura o de las que los romanos utilizaban para recibir el nuevo año como signo de prosperidad. Lo que sí sé es que se extinguieron.

El paisaje de bancadas, formadas a lo largo de cientos de años luchando contra la empinada tierra, se ha convertido en pastizal, brezal, escobal, matizal, etc. Solo queda el valle. La ladera ha muerto, como han muerto los caminos que transitaban todos los montes. Seguro que alguno recuerda que con el carro y las vacas se subía al alto de Samartino, La Corona, se andaba por Los Navares hasta la loma del Águila.

De aquellas viejas lentejas recuerdo el dicho popular que decía:

«Lentejas,

comida de viejas.

Si las quieres, las comes,

y si no, las dejas».

Nunca me pregunté entonces por el significado de aquella sabiduría popular. Nadie me lo explicó.

Ahora, instalado en el baúl del recuerdo, me lo pregunto. Y la primera respuesta es que no entiendo su porqué. Los que se creen más acertados dicen que su blanda textura, una vez cocidas viudas o con algo de compango, las hacía de fácil pasaje hacia el estómago para aquellas ancianas desdentadas que pocos alimentos podían digerir por falta de aparato para masticar. Pero nadie lo prueba. Así que pudiera ser o no.

Como otros muchos alimentos, las lentejas también han entrado en el refranero, aunque con escasa presencia. Solo dos muestras:

«Ovejas, abejas y lentejas,

todas son consejas» (provechosas).

«Si te dan a comer lentejas,

¿qué te quejas?»

Quizá no sepas que hasta tienen su cuento (fábula), por viejas e importantes. Y es cuento antiguo. Pertenece a las colecciones que el budismo (ya antes de Cristo) utilizaba en la India para predicar la nueva moral religiosa. Fueron recogidos en las colecciones Panchatandra y Mahabarata. De la India pasaron a Persia y de aquí a la cultura árabe. En el siglo XIII se tradujeron del árabe al castellano con el título de Calila e Dimna. En el capítulo XI se halla el cuento que lleva por título «El mono y las lentejas»:

«Dicen que un hombre traía un saco de lentejas al hombro camino de la ciudad y entró con él en una espesura de árboles, y puso el saco en tierra y se echó a dormir, porque estaba cansado.

Y, estando durmiendo, un mono descendió de un árbol y tomó un puñado de lentejas del saco. Se subió al árbol a comerlas. Se le cayó una al suelo. Al bajar a buscarla, se trabó en una rama y se le cayeron todas las que llevaba en el puño. Así perdió la que se le había caído y todas las demás».

Cada cual que saque la moraleja, que la tiene, y seguro que tendrá que ver con la avaricia.

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