MICRORRELATOS DE PUEBLO (68): ALFOMBRAS ELEGANTES

El frío se había apoderado del salón. El mármol, que lucía tanto en verano y que se mostraba agradable y refrescante, se había convertido en enemigo de sus moradores en aquel gélido invierno. Ni la tan proclamada poderosa calefacción podía con la friura. Quienes más se quejaban en aquellas largas noches eran los pies y no porque no calzaran unas buenas zapatillas de bamba. Tenían el aval contra el frío de la Casa de los Labradores. Pero pisar aquel marmóreo suelo era para los pies acto de valor reconocido.

La mañana se despertó con una capa blanca de escarcha vistiendo y adornando tejados y contornos. Al contacto de los pies con el mármol, estos volvieron a protestar un día más. Incluso, yo diría que elevaron aún más su voz. Se dejaron oír airadamente. ¡Habrá que poner remedio urgentemente! –se oyó repetidamente por los suelos de toda la casa.

El sol de aquel mes de diciembre salió raudo por encima de La Cureza en ayuda. Parecía que le habían hecho un encargo importante aquel día. Se peleó con la escarcha, a rayo partido, la fue convirtiendo primero en gotas de rocío que se fueron calentando y diluyendo hasta convertirse en cortina de vapor, y terminar haciendo invisible el vestido blanco que había traído el relente de la noche.

– Es hora de poner solución al frío mármol. Los pies no han parado de quejarse hasta que el saco de grano los ha callado con su agradable calor.

– La solución estará en una buena alfombra de lana, de las que se hacen impermeables al paso del frío suelo.

El viaje no se hizo pesado. No hacía más de una hora, cuando ya alfombras Marcos abría sus puertas a la dueña de la casa montañesa.

– Buenos días.

– Tiempo hace que no se deja ver por estos lares.

– El frío me ha empujado, sin remedio, a visitarlo.

– ¿Usted dirá?

– Una alfombra de lana, grande y con muchas ganas de luchar contra el frío de mármol tiene la culpa.

La elección no se hizo demorar. Las dimensiones, los colores y la textura de la número diez resultaron convincentes, adecuados. Entonces surgió la duda.

– ¿Los flecos no serán un inconveniente y un lugar hostil para la limpieza y para los pies?

– ¡Mi querida clienta! Una alfombra sin flecos es como una elegante mujer sin zapatos. Usted decida. Bien merece un peinado diario.

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