REIVINDICANDO A CERVANTES POETA: (I) Así se escribe la historia de la literatura española

Afirmar que la Historia está repleta de subjetividad, y escrita desde dicha óptica, a estas alturas del siglo XXI, no parece descubrir nada nuevo, salvo para los interesados en su versión que siempre lo negarán. Que quienes la escriben pretenden envolverla del hálito de objetividad es otro principio que no hace falta demostrar, salvo para los que defienden que su historia es igual a la verdad y, por ello, representación de la objetividad. Que la realidad histórica es una, pero el relato múltiple, evidencia que la objetividad no está solamente en el qué se cuenta, sino fundamentalmente en el cómo. Que lo que yo voy a contar es subjetivo, es mi verdad y no la tuya con la que puedo confluir o no, es otro principio que no tiene por qué ser antagónico. Que la relatividad está ya en la génesis de la creación del mundo. Que la inmensa mayoría de los valores no son absolutos, imperecederos, inmutables, atemporales, aunque haya quien lo pretenda. Que siempre habrá alguien que tenga un cristal diferente de visión.

Y dentro de esa Historia –que contiene todas las historias- se halla la del arte. ¿Qué caudal de palabras ha pasado por el río del intento de definirlo? ¿Cuántas definiciones se han dado Francesco-Furinia lo largo y ancho de los siglos? Sobran las respuestas. La realidad es que para explicar el arte tenemos que saber primero qué es. De ahí que siempre lo hayamos intentado definir y que haya definiciones que han calado más profundo, que han tenido mejores comunicadores, que han sido portadoras de mensajes más acomodaticios, incluso interesados.

Y como es necesario el concepto de arte para el que escribe y para el que lee –que no quiere decir que tengan que coincidir, pero sí conocerse-, intentemos una definición ahora, que, quizá pueda ser convalidada por otros posibles receptores. El arte es una creación humana -¿solo del hombre?-, una realidad nueva a la que se la insuflado vida porque no existía, situada en el tiempo, que requiere un saber hacer; es una acto de comunicación plurisignificativo que cambia con las personas y con el tiempo. Pero, ¿en qué radica su esencia?, ¿qué es lo que diferencia la realidad-arte de la que decimos que no lo es? Aquí llega el yo que se rebela a definir, pero que la razón le impone su voluntad. Digámoslo ya conscientes de la subjetividad, pero sin miedo, en aras de la libertad, del respeto a otras definiciones. Como acto de comunicación que es, por arte entendemos la realidad tangible que transmite un mensaje que produce placer estético, es decir, es causa de una realidad intangible de orden espiritual. A la causa lo causado le atribuye el quid de la belleza. Definición esclavizada por las coordenadas del yo anclado en su tiempo y sujeto al arbitrio de sus circunstancias. En definitiva, comunicación, placer, belleza, plurisignificación, temporalidad, YO, circunstancias, son términos de un mismo campo semántico: arte.

Y a un arte, a una historia, la de la literatura, de littera, pertenece Miguel de Cervantes Saavedra.[1] Y esa historia se revela tan problemática como la historia madre que la incluye: la del arte. Se dice que la comunicación escrita –y también la oral- digna de pertenecer a la literatura, no sensu lato, sino sensu strictu, es aquella que posee literariedad, valor literario, eso que hace que el lector la reconozca como tal, porque goza, disfruta espiritualmente con ella. ¿Y qué es ese eso? Subjetividad. A mí sí, a ti no. Lo han presentado, desde la finalidad que todo acto comunicativo tiene, como «voluntad de forma». Como el hecho comunicativo que se ocupa y preocupa por el cómo –forma- decir las cosas más que por el qué –fondo-. Que se codifica con una serie de recursos –llamados retóricos- que le son propios en cuanto que aquí se utilizan no privativamente, pero sí cuantitativamente en mayor grado. En definitiva, que no existen contenidos literarios, aunque haya movimientos que presentan algunos como más afines a la literatura, sino que lo que convierte en literario un contenido es la forma que se le da, incluyendo en ella la organización estructural de su mensaje. Si sumamos el mensaje que aporta la forma al del fondo, nos encontramos con el mensaje literario debido a la voluntad de forma, a la intencionalidad creativa de producir belleza que lleve al goce estético. ¿Y cómo lo percibe el receptor? ¿Reacciona? ¿Disfruta? Depende del yo y sus circunstancias, interesadas o desinteresadas.

Las llamadas obras literarias son las que hacen que ellas y sus autores formen parte de las historias de la literatura. Han sido incluidas en esta por su supuesto valor literario –gongoralatente/patente-, que se supone que es intemporal, pero que en unas épocas es reconocido y en otras no. Los hacedores de esas historias son hombres con su yo. Han decidido las que entran o no, las grandes y las pequeñas, las que quienes se inician en el mundo de lo literario deben leer o no en función de épocas y edades. Y se supone que todo el proceso está guiado por el valor literario, que es su esencia, pero que, como el tiempo garcilasiano, es voluble y cambia constantemente: «todo lo mudará la edad ligera / por no hacer mudanza en su costumbre». Citaré dos ejemplos que lo pueden vivificar. Luis de Góngora y Argote (1561-1627), el príncipe de la luz y de las tinieblas literarias, gozó de fama y de reconocimiento en su siglo XVII, aunque no estuvo exento de detractores tan cualificados como Quevedo o Lope de Vega. Llegó el siglo XVIII con su canon estético nuevo cargado de clasicismo y lo olvidó. Continuó sumergido en el olvido en el XIX porque el yo artístico de románticos y realistas no coincidía con el del vate cordobés. Entramos en el siglo XX y con él a la edad de plata de la literatura española: los hombres del 98, los del modernismo y los de la generación del 27. Esta hace reina de su canon estético, de su valor literario, a la metáfora. Y ¿a quién descubren como el rey de su uso? A Góngora. Le vuelven al candelero HLEliterario y penetrará en lugar sobresaliente de todas las historias de la literatura española, se propone su estudio y su lectura para pequeños y mayores, se entienda o no. Y así hasta nuestros días. Lo encumbró el 27 y lo sacralizaron los historiadores de la literatura: Valbuena Prat (1937), Ángel del Río (1948), García López (1948), Guillermo Díaz Plaja (1949), Díez Echarri (1960), Juan Luis Alborg (1966), José María Valverde (1968), José María Díez Borque (1975), Francisco Rico (1979), Felipe Peraza y Milagros Rodríguez (1980).[2] Me inicié en la literatura de manos de Lázaro Carter en la enseñanza secundaria (todavía guardo su historia de 6.º de bachillerato) y continué en la universidad primero con García López, después con Díez Echarri, y por último con Juan Luis Alborg.

El otro ejemplo al que aludía más arriba es anécdota personal, vivida en las aulas de la Universidad de Deusto. Corría el año 1972. Se había invitado a un catedrático de instituto a dar una conferencia sobre el Cantar de mio Cid, porque el año anterior había publicado un estudio en la revista argentina Prohemio que rebatía las tesis oficiales de autoría y fecha de composición defendidas por Ramón Menéndez Pidal. Frente a los dos autores pidalianos, el de San Esteban de Gormaz (a quien se debería una primera redacción) y el de Medinaceli (autor de la versión definitiva), Timoteo Riaño, que así se llamaba el osado opositor, defendía que Per Abat era su autor y no un mero copista, y frente a la fecha de composición de Menéndez Pidal, c. 1140, seguía defendiendo la que figura en la copia, 1207, y que esta sería de h. 1235. En un momento de la conferencia se levantó de su asiento la profesora López Grigera clamando contra las disparatadas tesis del profesor Riaño, increpándole porque se había atrevido a poner en dudas la tesis de su maestro y que era la que figuraba como oficial en todos los libros de texto y manuales de literatura. El tiempo ha pasado y hoy ya se admite en los libros de texto la tesis de un solo autor relacionado con el mundo del derecho y que la fecha de composición es la de 1207. Otros ejemplos similares podría poner relacionados con la actuación de discípulos de Emilio Alarcos Llorach (padre de la introducción del estructuralismo lingüístico en España) o de María del Carmen Boves Naves (padre de la crítica semiótica) en la década de los ochenta en los cursos de verano que se celebraban en la Universidad Laboral de Gijón, que poco dicen en favor de quien se comporta como acólito, defiende el pensamiento único y no admite la duda razonada.

(CONTINUARÁ)


[1] Recordemos como anécdota que la madre de Cervantes se llamaba Leonor de Cortinas y que este cambió su segundo apellido por el de Saavedra, parientes lejanos.

[2] Doy la fecha del primer volumen.

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Una respuesta a REIVINDICANDO A CERVANTES POETA: (I) Así se escribe la historia de la literatura española

  1. moorer dijo:

    He leido vuestro post con mucha atecion y me ha parecido didactico ademas de claro en su contenido. No dejeis de cuidar este blog es bueno.
    Saludos

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