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RELATO
2. VECERÍA
Suena el agudo sonido de la campana.
Son las seis de la mañana.
Se oyen rumores de puertas abiertas,
es la hora de soltar las vacas,
con sus tintineantes collares
y sus esquilas doradas.
Sonidos que las identifican
en medio de la naturaleza cerrada,
donde las fieras salvajes
acechan,
donde se oye el esporádico ruido del tiro,
donde se contemplan aún las nieves ya gastadas,
donde se percibe el olor frío
de la gélida mañana.
Una voz llama,
repite mi nombre,
no sé quién llama.
Camino
y al cruzar un arroyuelo
su fondo me reclama.
Pregunta qué misión llevo.
Ordena que refleje mi semblante
en su cara.
No me reconoce,
se extraña,
no soy de los suyos,
no soy de aquella montaña.
La respuesta sale rápida:
que no,
que vivo en el mundo
donde el agua no es clara,
no está clara,
donde su sonido no duerme
ni relaja,
donde los hombres se matan.
Huyo, corro,
su voz me persigue,
no avanza,
cada vez es más débil,
no consigo pararla.
Por fin, cesa su llamada.
Otras numerosas acuden a suplantarla.
Me aterro, tiemblo.
Oigo en lontananza:
que el ser humano sea cada día
más bonanza.
Las vacas, en cambio,
unidas en estrecha amistad
con los campos
pacen tranquilamente ajenas
a la podredumbre de otras aguas.
Se paran, levantan la cabeza,
miran al frente confiadas,
y piensan rumiando
en su próxima llegada
a la cuadra,
donde les esperan las amorosas voces
de su feliz crianza.
(LUIS DE VALDETÉ)