POESÍA ANÓNIMA DEL HIJO DEL CAMPO

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MANSIÓN

Entre cuatro paredes canas
se realiza el espíritu de la pluma,
que, en la tarde negruzca del vulgar domingo,
exprime sus vagos sentimientos contorsionados.

Y ante una superficie lisa de abedul,
Sobre la que tantas lágrimas ha vertido el alma
y el corazón de los libros maltratados,
permanece quieta, inmutable, aséptica,
la silueta diluida
de un joven de veinte mayos.

Veinte años vividos
en medio de podedumbre y desengaños,
adornados con las flores amorosas de infelices jóvenes,
pero en el fondo sellados
por el funesto sino
de la inexistencia.

Palabra que bajo este mismo techo
tantas veces pronunció su significado
y sujeto que no llega a comprender íntegramente
porque solamente duerme.

Si me preguntas por qué no vivo,
por qué mi realidad es la inexistencia,
el eco ensordecedor de las paredes
te contestará:
porque no has comenzado a vivir
en el mundo del espíritu.

Sigue disociando los elementos
que te apabullan cada día,
que, en el espíritu entorpecido por el desasosiego,
te inhiben e irritan ante la tarea diaria del estudio.

Cuatro encrucijadas maderas en sí mismas,
adornadas con las vetas unísonas del pino,
impregnadas de miles de letras,
cargadas de conceptos,
es otro elemento,
es la estantería que te mira perpleja.

Deja para un fin,
no final porque no agotas los elementos,
ese lecho dúctil y maleable,
ayuda al recogimiento y reflexión,
en el que las ideas han crecido,
se han difuminado,
se han dormido
y, a la vez, tomado su asiento.

(LUIS DE VALDETÉ)

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